Herido en un bombardeo en
Madrid, en 1936, Finisterre fue trasladado al hospital de la Colonia
Puig de Montserrat, en Barcelona.
Tenía 17 años y allí
pudo ver a muchos niños que no podían jugar al fútbol. Pensó cómo
solucionarlo y hablando con un carpintero se le ocurrió el futbolin.
Patentó la idea en Barcelona en enero de 1937. Cuando, meses más
tarde, parte exiliado a pie a Francia le coge una tremenda lluvia que
empapa su ligero equipaje y deja inservibles los papeles de la
patente. Sólo en España hoy hay más de 150.000 futbolines.
- Escritor. En el mismo viaje, Finisterre perdió el manuscrito de una novela de la que estaba muy satisfecho. «Durante el trayecto se fue deshaciendo de ropa y otros útiles para poder llevar aquel montón de folios», asegura Margarita Arroyo, biógrafa de León Felipe que llegó a tratar a Finisterre.
- Editor. La mayor aportación de Finisterre fue su labor como editor. En Madrid antes de la guerra, apenas con 16 años y siendo aprendiz de imprenta, editó un periódico. Con los años crearía la revista Ecuador 0º 0' 0'', con 201 títulos, y la editorial Finisterre en México.
- Bailarín. En su juventud desempeñó todo tipo de oficios: de albañil a bailarín en la compañía de Celia Gámez.
En
Francia colaboró con el prestigioso ballet del marqués de Cuevas y
en su expediente de ingreso en la Real Academia Galega figura como
argumento a su favor la autoría de varias «piezas de ballet
inspiradas en nuestro folklore».
- Amigo de Che. En 1953 Finisterre estaba afincado en Guatemala, donde fabricaba futbolines con madera de caoba. Según quién cuente la historia, Finisterre llegó allí a jugar a su juego con Ernesto Che Guevara, entonces en el país centroamericano, o con su hermana. En la versión más refinada, relatada por el propio Finisterre a los productores de Tras el futbolín, jugó y ganó siempre al Che pero nunca logró vencer a su futura esposa, Hilda Gadea.
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